Pocos diseñadores tienen un sentido de la estética tan opuesto al mío como Stefan Feld. Donde yo prefiero la negociación, la sorpresa y la risa, él prefiere mantener la distancia y con los ojos clavados en el tablero. Crea juegos de un marrón intenso, centrados casi exclusivamente en la eficiencia y que me aburren hasta decir basta. Pero sigue siendo un hombre de talento. Los Castillos de Borgoña es de los pocos títulos suyos que me gustan y, quizás, también su mejor diseño.
TIRADAS NOBLES
En Los Castillos de Borgoña nuestro objetivo es conseguir el mayor número de puntos posibles comprando losetas de la reserva y colocándolas en nuestro principado. Construyendo edificios, investigando tecnologías y cavando minas con la esperanza de acabar con un mejor feudo que el de los otros aristócratas. Es la perfecta representación del beis, el tipo de eurogame que se juega con la cabeza gacha.
Cada turno tiramos dos dados. Si sacamos los mismos números que uno de los espacios de suministro, podemos gastarlos para coger losetas. Luego, si tenemos otro dado y coincide con los números del tablero, lo podemos gastar para colocarla en nuestro principado. Con tan sólo tres espacios en la reserva, hace falta planificar un poco. No siempre es posible comprar losetas y no podemos colocarlas donde queramos.
Dicho esto, como sacar el número exacto sería demasiado estricto, podemos usar trabajadores. Su uso permite sumar o restar uno al resultado, reduciendo el peso del azar. Y, por supuesto, cada loseta tiene una habilidad distinta. Los Barcos cogen mercancías del tablero, los Almacenes las venden y las de Conocimiento nos dan habilidades únicas que cambian la forma en la que jugamos a Los Castillos de Borgoña.
MICRODECISIONES
El atractivo de Borgoña reside en la cantidad de microdecisiones que tomamos a lo largo de la partida. Coger losetas y colocarlas en el tablero parece sencillo. Sin embargo, existe todo un festín de detalles menores que podemos tener en cuenta. Para empezar, podemos intentar que siempre tengamos algo que hacer, saquemos lo que saquemos en el dado. Y es más difícil de lo que parece porque los tableros han sido cuidadosamente diseñados para evitar que sea así.
También se consiguen bonificaciones por rellenar un área entera del mismo color. Pero, cuanto más avanzada esté la partida, menos puntos conseguiremos. Hasta la zona más pequeña del juego nos da diez puntos si la completamos en el primer turno. En el último, tan sólo nos dará dos. Es una diferencia tan grande que uno de los tableros, el ocho, está roto por lo fácil que es rellenar todas sus casillas.
También algunas losetas son mejores que otras. Si bien los puntos de la Atalaya no están mal, no son tan atractivos como la loseta adicional que nos da la Iglesia o el Mercado. Los Animales también dan puntos adicionales si juntamos varios de la misma especie. En consecuencia, existen ciertas prioridades a la hora de jugar. Por sí solas, ninguna aporta mucha profundidad pero, en conjunto, le dan textura a la experiencia.
Sorprendentemente, estas microdecisiones también se extienden a otros jugadores. Si bien Los Castillos de Borgoña no es Diplomacia, si que tiene un toque de maldad. Podemos robarles losetas clave a nuestros oponentes y, así, evitar que terminen un área. El jugador con más barcos va primero y puede que no haya suficientes para todos. Son estos elementos los que separan a Borgoña de otros «roll & write», que, para mí, forman parte de su género.
ESO ES TODO
Desgraciadamente, Borgoña ofrece microdecisiones y poco más. Tan pintoresco como humilde, se contenta con coger y colocar losetas. Para bien o para mal, carece de cualquier tipo de mensaje, idea mayor u otro problema interesante a resolver. Como todos los juegos de Stefan Feld, lo importante es ser más eficiente que nuestros oponentes. Más nos vale no desperdiciar un sólo dado.
Hasta la interacción peca de simplona. Coger la única Mina del suministro no es motivo para alardear. Pese a ello, toda buena estrategia pasa por coger barcos para ser primero en el orden de turno y luego coger las mejores losetas antes que nuestro rival. No le falta interés pero tampoco da pie a más. No es el tipo de experiencia que uno recuerda con cariño, o incluso por regla general.
De hecho, mis dos partidas más memorables a Los Castillos de Borgoña fueron una en la que conseguí muchas vacas y otra en la que mi oponente abandonó la partida. Ninguna me va a marcar de aquí a dos meses, incluso si me lo pasé bien jugándolas. Lo único, esta última experiencia sí que confirmó mi sospecha de que Borgoña es mejor con el menor número de jugadores posibles; dos.
¿Es injusto pedir más? El diseño en sí no tiene nada de malo. Hasta me gusta lo suficiente como para haberlo jugado repetidamente tanto en persona como en Board Game Arena. Pero le falta la emoción, los obstáculos ingeniosos y la profundidad que hace tan destacable a nuestra forma de arte. Es buen juego, pero, también, prescindible y carente de un motivo mayor para sacarlo a la mesa.
CASTLES OF BURGUNDY (2011) | |||
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DISEÑO | Stefan Feld | ILUSTRACIONES | Julien Delval Harald Liesk |
EDITORIAL | Ravensburger | DURACIÓN | 90 minutes |
NÚMERO DE JUGADORES | 2-3 (Mejor con 2) | PUNTUACIÓN | ★★★ |
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