Antes me gustaba construir. Ahora prefiero la violencia


Siempre he sido de esos a los que les gusta construir. Fuera cual fuera el juego, invariablemente me he centrado en acumular recursos, expandirme y atacar como último recurso. Pero, según ha ido pasando el tiempo, me he ido volviendo más agresivo. Primero empecé defendiéndome, a veces, de antemano. Luego fui haciendo pequeñas incursiones, por si acaso. Al final, acabé siendo el primero en atacar. Y me encanta.

CONSTRUIR, CONSTRUIR

Centrarse en construir es una estrategia habitual. En los juegos de mesa, existe la expectativa de que intercambiaremos recursos, levantaremos edificios y luego ya, quizás, nos inmiscuiremos en los asuntos de nuestro adversario. Incluso en los videojuegos conseguir nuevas armas, reclutar ejércitos y subir niveles representa una parte importante de la experiencia. Y esto es especialmente cierto de uno de mis géneros favoritos que son los juegos económicos.

Dicho de otra forma, construir no es una experiencia inusual sino la norma.es difícil jugar sin toparse con ella en mayor o menor medida. Los dos últimos juegos que critiqué, Ark Nova y Los Castillos de Borgoña, se centran, en exclusiva, en este concepto. Y el primero no sólo se centra en ello sino que nos recompensa con una bola de nieve espectacular con la que, cuanto más hayas construido, más puedes seguir construyendo.

Quizás por su frecuencia, y mis muchos años jugando, este tipo de experiencia se está volviendo repetitiva. Según la ventaja económica aumenta y los recursos superan a los del oponente, el ingenio necesario para ganar se reduce. Llega un punto en el que no importa si cometemos errores. Mientras tengamos más dinero, poder o unidades que nuestro rival, le podemos ganar a base de fuerza bruta. Cualquier defecto estratégico será más que compensado, llegando al punto de que da igual lo bien que juegue el oponente.

Construir suele ser una experiencia solitaria. Idealmente, evitaremos interactuar con el rival en la medida de lo posible. Lo mejor para nosotros es que el oponente se quede en su base a esperar a que la muerte llame a la puerta. Por supuesto, existe el riesgo de que sea al revés, pero si llevas tanto tiempo construyendo como yo, la mayor parte de las veces vas a ganar porque tienes mucha más experiencia que tu rival.

Sea como fuere, no deja de ser la mejor situación para nosotros. Y como nuestra victoria a largo plazo es incuestionable, la partida se decidirá antes. Esto es, nuestro rival no nos van a dejar construir tranquilamente. Nos hostigará, intentará quitarnos recursos, cartas o incluso convencerá al resto de jugadores para que nos ataquen antes de que sea demasiado tarde. En la práctica, combatir la agresión enemiga es lo que determina el éxito como constructores. Y si la agresión realmente es tan importante, ¿por qué dejarlo ahí? ¿Por qué no ser el primero en atacar?

CONVERTIRSE EN EL MALO

Mira, yo no quería ser el malo. Mi caída en gracia comenzó por intentar defenderme. Un día, jugando Roads & Boats, me asusté. Me podían robar mi oro, con muy poquito esfuerzo. Oro que había sacado de la tierra y transportado en barco y burro de una punta a otra del mapa. Y sin ese oro, no podía ganar. Así que tuve una idea. Si podrían quitarme mi oro, lo que tenía que hacer era robarles el suyo antes.

Vale que al final no me lo quitaron. Y eso hizo que mis métodos de adquisición parecieran más rudos de lo habitual. Pero era la jugada que había que hacer. Y, lo que es más importante, también era la jugada más divertida. Apuntalar tus defensas a base de atacar es ingenioso. Es el tipo de estrategia inusual que añade profundidad a un juego. Y visto que aún me acuerdo de esa jugada, también de las más memorables.

Hay quien podría pensar que fue divertido, pero sólo para mi. Quizás a mis amigos no les gustó tanto que les robara su oro. Pero no fue así. Cuando soy agresivo, a la gente le gusta. Me dicen que las partidas son más emocionantes y que añado un elemento de sorpresa a juegos que se habían vuelto predecibles. Que te ataquen puede resultar estresante, pero también conlleva una intensidad que una partida más pacífica difícilmente puede alcanzar.

Al fin y al cabo, la agresividad obliga a tomar decisiones más difíciles y con mayor frecuencia. Hace que las partidas sean más caóticas. Con menos recursos a nuestra disposición, nos obligará a realizar sacrificios que no haríamos en partidas más pacíficos. Y como tenemos que defendernos, nos resultará imposible seguir la misma estrategia de partida en partida. Nos veremos obligados a improvisar e involucrarnos de formas radicalmente nuevas.

A CONTRACORRIENTE

Dicho esto, no puedo negar que estoy siendo un poco pillo. Hay quien piensa que las tácticas agresivas no son divertidas, que no requieren estrategia o incluso que son de mala educación. A veces, hasta se dice que permitirlas es reflejo de un mal diseño. En el lado analógico de nuestra afición, existe la tendencia de reducir la interacción hasta el punto de que muchos juegos acaban siendo solitarios multijugador. Y a mi me gusta cuestionar ese tipo de ideas.

No lo hago por maldad. Simplemente creo que el interés de un juego se reduce si sólo nos centramos en construir. Existen muchísimas experiencias únicas que dependen de atacar, quitarle cartas al oponente, intentar ser el primero, evaluar tu posición y sí, defender. Incluso construir es más interesante cuando existen contrapartidas naturales. La variedad de habilidades que hacen falta aumenta, añadiendo tanto diversión como profundidad.

Igualmente, algunas de mis peores experiencias se han dado por la negativa de varios jugadores a realizar jugadas ofensivas, incluso cuando son estrictamente necesarias. Esa partida de Diplomacia en la que nadie quería traicionarse es un ejemplo extremo, pero las partidas infinitas de Terraforming Mars que tienen algunos no lo son. A veces, la gente le tiene tanto miedo a fastidiarle la partida a otro que no hacen nada para pararle los pies hasta que es demasiado tarde.

Posicionándome como un jugador agresivo, también sirvo de ejemplo a los demás. Puedo demostrar que no pasa nada por ello. Que ni es menos válido, ni menos entretenido que cualquier otro tipo de estrategia. El temor a una experiencia desagradable puede volverse tan fuerte que hay quien prefiere tirar la partida a intentar ganar. Al ser yo el primero en sacar sangre, evito que el miedo se apodere de la partida, ¡incluso si luego van a por mí!

Porque, en el fondo, las tácticas agresivas se merecen un hueco en nuestras partidas. No deberíamos ni evitarlas ni temerlas. Pueden hacer que nos lo pasemos mejor, enseñarnos estrategias que no conocíamos o simplemente dar vida a un juego aparentemente aburrido. Y yo pienso ayudar, empezando por atacarte a ti.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *