Overwatch es una amalgama. Tiene un poco de League of Legends, un toque de Team Fortress 2 y ha sido sazonado generosamente con Call of Duty 4: Modern Warfare. No es un juego que vaya a convertirse en un clásico ni que destaque por su originalidad, pero que, aún así, es divertido de jugar.
Nunca lo he hecho. Para cuando esa infame fotografía de Geoff Keighley, rodeado de bolsas de Doritos y leyendo líneas de un anuncio se extendió por internet como la pólvora, yo ya estaba tan cansado de ver hechos similares que ni me inmuté.
This War of Mine es un insulto. Implícitamente ambientado en el asedio de Sarajevo (1992-1996), convierte una tragedia todavía fresca en la memoria en poco más que decorado para otro juego más de “supervivencia”. La forma en la que trata las vida de los civiles durante el conflicto trivializa los horrores de la guerra de Bosnia y su moral, a partes iguales nihilista y superficial, no sólo hace al juego aburrido y soez, sino que resulta en involuntarios lavados de cara.
Cuando la larga Guerra de Ōnin (1467-1477) acabó sin un claro vencedor, Japón entró en un espiral de conflicto y guerra. Con el poder del sogunato en ruinas y el emperador relegado a rol púramente ceremonial, señores locales conocidos como daimios luchaban por conseguir influencia y tierras, anhelando reunificar el país bajo su puño. Es una época romántica, atormentada y de cambio en el que una nueva meriotocracia consiguió derrocar un rígido orden social que hasta entonces, se creía intocable. Entre el poder de las tradiciones, la traición y el olor de la pólvora se encontraba la oportunidad de definir un país y elegir su destino por los siglos venideros.
Sphere of Influence, la decimocuarta entrega de la serie Nobunaga’s Ambition, te deja revivir esa oportunidad.